Cómo conocí Estambul

Cuando supimos que deberíamos coger un autobús de Tesalónica a Estambul (8 horas) al principio palidecimos. Teníamos la experiencia de los trenes griegos –que no son precisamente de primera clase- y nuestra única experiencia autobusera del viaje se limitaba a la odisea de los Balcanes.

Sin embargo al ver el autobús que nos esperaba, sentimos un alivio considerable. Amplio, moderno, con aire acondicionado, televisión individual, un azafato pasando cada poco para darte agua y snacks… Inexplicablemente, sin WC a bordo. Dentro del autobús conocimos a dos primos americanos que estaban de ruta por Europa y a Barney Stinson. O si no era él, su hermano gemelo. Juzgad vosotros mismos aquí y aquí.

Luego en Estambul llegó el caos de tráfico que me acompañaría por todo Oriente Medio. Perdidos en medio de la estación de autobuses (varios kilómetros a las afueras de Estambul), Barney, los americanos, David y yo estábamos más perdidos que Marco en el día de la madre. Todo el mundo al que preguntábamos no hacía sino repetirnos incesantemente “Aksaray, Aksaray!” –otro más a añadir a Alençon, Hollendretch y Doboj.

Al final, cogimos un taxi entre los cinco –los ilusos americanos y Barney pensaban que íbamos a coger dos taxis para los cinco…- hasta el centro de la ciudad. Allí cada cual se separo para ir en diferentes direcciones. Volveríamos a ver a Barney al día siguiente, justo antes de coger un tren a Sofía. Pobre loco, saltarse Estambul para ver esa mierda de ciudad. Tendría alguna búlgara esperándolo.

Sobre Estambul sólo me cabe decir que es realmente impresionante. Hagia Sofía y el Palacio de Topkapi se llevan toda la fama, pero para mi gusto la Mezquita Azul y la cisterna subterránea tienen un toque especial. De nuevo, entrada gratis por ser periodista en todos los sitios. Aunque el tío que daba las entradas del Harén del Topkapi no quería darme la entrada y le costó entrar en razón. Tuve que discutir con él durante más de cinco minutos, ensenarle mis credenciales como periodista –incluyendo el pasaporte de prensa, que viene explicado en varios idiomas incluyendo el turco- para que al final no me diera la entrada, sino que literalmente me la tirara con mala cara, algún insulto en turco de por medio y un gesto a medio camino entre el desdén, el asco y el típico que te jodan con un dedo en alto.

El segundo día fue más relajado. Aprovechamos para comprar regalos para los de casa (entre David y yo agotamos todas las existencias de una tienda en concreto) y mandar un paquete por correo postal con todo el peso extra que llevábamos encima acumulado. Una puesta de sol desde el puente Gálata me hizo estar durante una hora entre Asia y Europa –aunque no fuera entre una asiática y una europea y ser entrevistado por unos estudiantes de periodismo y ciencias políticas completó el tour de Estambul.

Tocaba despedirse de Estambul y de David. Mientras que él volvía yo me quedaba y aun tenía por delante un mes de viaje. Y lo más excitante estaba por llegar. De hecho, llegaba ya. Era al día siguiente.

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