Empacho de Historia, sol y kilómetros

Atenas es una ciudad donde a cada paso te encuentras un trozo de Historia. O al menos así es en el centro. Dado que íbamos a estar durante tres días allí, decidimos tomárnoslo con calma y detenimiento. Es decir, que básicamente, el primer día nos dedicamos a pasear y no hacer nada.

El segundo día la idea era ir a una de las islas griegas que, al parecer, es un museo arqueológico en sí misma. Obviamente, no iba a ser fácil. La guía decía que se podía ir y volver en el día, con conexiones abundantes y frecuentes. Y sí, las había. Justo hasta la hora en la que llegábamos a la isla de enlace. Así que al final nos quedamos atrapados en Mikonos. Que por otra parte es una isla preciosa, aparte de dar nombre a un helado. Al final del día, dos ferries más a sumar a la larga lista de transportes utilizados y otro día de no hacer nada más que el vago y tomar el sol.

El tercer día tocaba ya ponerse las pilas. La Acrópolis esperaba. Y gracias a mi pase de periodista, sin pagar ni un duro en ningún sitio. La verdad es que la Acrópolis impresiona; mucho más vista de cerca. No tanto su museo. Para empezar, no dejan hacer fotos. Y para continuar, la mitad de lo que exponen son copias porque los originales están en el Museo Británico. Así que lo único que vale la pena de veras es ver el sitio de la Acrópolis. Para ver un museo sobre ella, mejor irse a Londres.

Atenas tocaba a su fin y en el último día me encontré en el hostal a dos chicos británicos que estaban recorriendo Europa en una especie de Interrail en barco. Los muy cabrones estaban estudiando algo que me encantaría aprender: Adventure Media. Lamentablemente apenas tuve tiempo de intercambiar emails porque nuestro tren a Tesalónica apremiaba.

La idea inicial era haber ido directos de Atenas a Estambul (23 horas de tren) pero aparentemente había algún problema con las vías o no sé qué cojones y sólo podíamos ir hasta Tesalónica. Allí teníamos la esperanza de poder quedar con los griegos del primer día, pero ninguno de ellos podía. Así que, como ya era habitual en Grecia, básicamente no hicimos otra cosa que pasear por Tesalónica –que por otra parte, no tiene mucho más para hacer.

Y al día siguiente, Estambul con Barney Stinson.

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