La voz de los que no tienen voto

Entrada sólo en inglés, aquí.

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Soy periodista. Eso va a cambiar.

Soy periodista. Es lo que hago, es lo que soy. Probablemente lo que más te define es lo que haces. En mi caso, es algo que se ha relacionado con varias cosas en la última década, todas ellas convergentes en el periodismo. Eso va a cambiar.

Es difícil cambiar el rumbo. Sin embargo, a veces se siente que se ha llegado a una pared y tienes que ir en otra dirección. Eso no sólo es lo que siento ahora, pero también cómo me he sentido durante el último par de años. Es la razón por la que me estoy embarcando en esta nueva carrera como paramédico.

Parece ayer, pero este mes de agosto es el décimo aniversario de la fecha que considero mi bautismo de fuego en el periodismo. En 2004, diez años atrás, todavía en mi segundo año en la universidad, estaba harto de no conseguir respuestas de nadie para trabajar, ni siquiera como becario -aparentemente era un requisito estar en los dos últimos años de tus estudios. Así que dije: "A la mierda" e hice lo mismo que muchos periodistas antes que yo habían hecho: hice las maletas, agarraré mi cámara y me decidí a pasar mis vacaciones en algún lugar de interés periodístico: Palestina.

De ese viaje me traje mi primer artículo publicado, un montón de fotos, una cámara rota (culpo a los guardias del Ben Gurion) y muchos amigos, historias y contactos. Después vendrían Bosnia, Irak, Siria o Egipto. Y entre medias, con el fin de pagar las facturas, tenía que trabajar en lo que pudiera. Traté de mantenerlo relacionado con el mundillo, para no perder el tren: comunicación corporativa, analista, blogger, consultorías de redes sociales, inteligencia corporativa...

Pero la verdad es que el estilo de vida freelance nunca despegó. Me culpo a mí mismo. Quizá es que yo no soy lo suficientemente bueno. O podría ser otra cosa. Soy un desastre como agente comercial, tengo cero habilidades de venta y aunque me gusta buscar y contar historias, todo el proceso de venta a medios es agotador. Soy un inútil en eso. En un mercado dominado por freelances, eso es malo.

No ayuda estar en una industria que paga unas tarifas apenas suficientes para vivir por pieza realizada y donde algunas personas aún así esperan que trabajes gratis. La publicidad que te hacen no paga las facturas. Sin un salario digno, el periodismo muta del trabajo más bonito del mundo a la afición más bonita del mundo.

Tampoco ayudó que probablemente nunca me recuperé del golpe psicológico que fue tener que presenciar como un mero espectador, desde Nueva Zelanda, la Primavera Árabe. El Oriente Medio ha sido mi especialidad desde incluso antes de empezar y en su momento más definitorio estaba atrapado en el otro lado del mundo. Fue un duro golpe, una píldora difícil de tragar. Sentado en mi apartamento de Auckland, creo, perdí el tren por completo.

A pesar de ello, no desesperé. Me decidí a encontrar mi lugar. Lo intenté entonces en Londres, que paga salarios decentes y ofrece trabajo. Pero no funcionó. De alguna manera, algo faltaba. Los photocalls con famosos no acababan de llenarme.

Me metí en el periodismo con la idea de contribuir a crear un mundo mejor, al igual que muchos otros. Pero a diferencia de ellos, he mantenido esa meta desde entonces. La realidad, sin embargo, es que yo no puedo hacer mucho. Por cada mala historia de un cruce fronterizo que tengo, también tengo historias de gente dándome las gracias por estar ahí, pensando que mi cámara o mi bolígrafo despertarán mentes en Bruselas o Washington para detener un genocidio o para ayudarles a combatir un enemigo invisible.

Eso es mentira. Realmente no podemos hacer una mierda.

Puede ser que consiga un artículo publicado explicando la tragedia de los kurdos, o una imagen de un niño en los escombros en Gaza en la primera página, pero incluso si es visto o leído u oído, va a ser olvidado tras la última aparición de una Kardashian o el último gol de Ronaldo en Liga. La mayoría lo leerá (si acaso) y seguirán con su vida. Y no tengo nada en contra de eso. Es más, lo entiendo. Pero en los medios no se debería pensar así, y lo hacen.

Y entonces es cuando la gente sigo o que conozco empieza a caer. No era la primera vez que había sucedido. Pero de alguna manera esta vez, y gracias al efecto de las redes sociales, impactan más cerca. Era diferente a leer sobre las muertes de los periodistas del pasado. Esta gente me había dado consejos, habíamos compartido una cerveza o habíamos corrido juntos escapando del IDF.

La muerte la semana pasada de Jim es el último punto de dos años de estar en un lugar muy incómodo, deseando el final feliz de un secuestro de un colega o lamentando la muerte de otros. ¿Podría haber sido yo que en lugar de Ricard o Jim o Azem si hubiera seguido en el camino por el que iba hasta el 2011? Más de 270 periodistas han muerto en los últimos dos años.

Todo eso por nada. La gente en general no se preocupa por cosas “aburridas” como la política y la muerte de otros en lugares lejanos. Aunque muchas personas se me acercaron después de la muerte de Jim para expresar sus condolencias, hay un amigo que después de preguntarme "¿Quién es ese Jim?" y de explicarle todo, sólo me dijo: "Ah, vale… Qué cosas". Lo que es peor, después de la muerte de Jim, he tenido que ver no sólo a algunos medios de comunicación que trataron de convertirlo en un circo sino también a gente que ve conspiraciones en todas partes insultando la memoria de alguien que nunca conocieron por el bien de su causa estúpida.

Todo ello me hizo replantearme mis prioridades. Mucho ha cambiado desde que empecé. Yo también he cambiado demasiado. Cuando caminaba entre los escombros en Nablus y conocí a Yasser Arafat en Ramallah en 2004, yo estaba soltero y disfrutando de esa vida. Ahora tengo una relación estable con una mujer maravillosa con quien hablo constantemente acerca de nuestro futuro juntos. Ahora pienso por dos. Teniendo en cuenta eso, ¿es justo que arriesgue mi vida por una miseria de sueldo en un trabajo muy exigente que apenas mejora la vida de las personas?

Probablemente podría seguir haciéndolo si pagara bien. O si no fuera tan arriesgado. O si valiera la pena y realmente ayudara a la gente. Pero el periodismo de hoy no hace nada de eso. Lo que es peor, creo que el periodismo está muerto como lo conocíamos. Algunos privilegiados prevalecerán mientras que la mayoría se verán obligados a buscar pastos más verdes en otros puestos de trabajo. Y no me malinterpreten, hay una plétora de excelentes periodistas y fotógrafos que sobrevivirán; pero yo no estoy en ese grupo. Aún así, podría seguir intentándolo si mis circunstancias personales fueran diferentes. Pero mis prioridades han cambiado ahora.

Es por todo eso que estoy empezando una nueva carrera y tratando de convertirme en un paramédico. Mantiene el estrés, largas horas y el riesgo de periodismo, incluso algo de la ingratitud y la impotencia frente a determinadas situaciones. Pero te permite ayudar a la gente de forma directa y tiene un efecto inmediato en su vida. También me permite volver a mi pareja todos los días después del trabajo. Y tiene un futuro mejor mientras que la paga es decente.

Sin embargo, sé que nunca seré capaz de dejar el periodismo completamente atrás. Es una gran parte de mí. Volveré a este blog y a la página de Facebook de vez en cuando. Este es un paso atrás algo agridulce, que me ha hecho el hombre que soy hoy en día y que me ha dado tanto, pero al mismo tiempo que también me ha llevado a esta situación. Estimo y aprecio a los colegas que he conocido que siguen haciendo un gran trabajo a pesar de todo y espero que continúen con el trabajo que están haciendo. Van a encontrar una manera de hacer que importe, estoy seguro de eso.

En cuanto a mí, sé que esta nueva vida como paramédico probablemente será una mejor opción para mí teniendo en cuenta mi situación actual y futura. Para desesperación de mi novia, no descarto a volver a una zona de conflicto cuando me gradúe, en una labor humanitaria esta vez, más cerca de las historias de aquellos escuché durante diez años y, esta vez sí, siendo capaz de ayudarles de una manera directa.


Ha sido un gran viaje. Pero es hora de cambiar.

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Free James Foley


Cuando oyes que algún compañero en una zona de conflicto ha sufrido un percance siempre te entra una sensación extraña. Es ése “podría haber sido yo”. En mi caso, estando en proceso de retirada del periodismo, es una sensación de alivio pensar que no voy a tener que enfrentarme a esos problemas. Ni yo ni mis seres queridos, que a fin de cuentas son quienes más sufren en estas ocasiones.

Pero eso no quita que se te siga poniendo un nudo en el estómago. El último en esa lista es James Foley, secuestrado en Siria desde hace casi tres meses. No es la primera vez que le pasa. En Libia, las tropas de Gadafi le mantuvieron retenido junto con otros dos periodistas occidentales durante seis semanas.

Foley pilla más cercano porque aunque mi relación con él se reduce a mensajes vía Facebook, es un periodista al que admiro. No sólo por su trabajo, sino por su calidad moral. El pasado verano, James coordinó junto con Manu Brabo una campaña para donar una ambulancia a los necesitados hospitales de Aleppo. Antes ya había colaborado en otra campaña para recoger fondos destinados a los hijos del fotógrafo Anton Hammerl, que murió cuando Foley, Bravo y Gillis fueron capturados en Libia.

Photo: Nicole Tung
James fue secuestrado el día de acción de gracias cerca de Idlib. Poco más se sabe. Ni quién lo hizo, ni dónde puede estar, ni las razones de su secuestro. Su familia ha intentado desesperadamente conocer cualquier dato sobre su paradero, sin resultados. Una página web, www.freejamesfoley.org admite firmas online en una petición para liberar al periodista estadounidense.

El secuestro de James, unido a las muertes de dos periodistas en Siria en enero, pone de relieve los peligros a los que los informadores se enfrentan en las zonas de conflicto. Cada vez con más frecuencia, los secuestros se suceden como una forma de conseguir dinero rápido para las distintas facciones en combate u oportunistas sin escrúpulos.

Si bien al acudir a una zona de conflicto sabes a lo que te expones, la situación ha empeorado exponencialmente. De ser daños colaterales los periodistas han pasado a ser objetivos legítimos para todas las partes, como varios ejemplos han demostrado en Siria o Gaza. Una situación que lejos de mejorar, parece empeorar día a día.

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El país de las armas


Tras la última masacre en Newtown el debate sobre el control de armas ha saltado de Nuevo a las portadas. Y de nuevo, la gente que nunca quiere hablar sobre ello es la que dice que sería insensible hacerlo ahora. “Demasiado pronto”, dicen.

El problema es que los tiroteos están amontonándose. Y justo cuando el periodo de duelo por el de Portland estaba acabando –y acorde con la Asociación Nacional del Rifle (NRA), está bien hablar sobre ello- llegó el de Newtown.

Como mucha gente ha señalado no es que sea demasiado pronto. En realidad es demasiado tarde. Todo esto debería haberse discutido antes. Sería lógico pensar que después de que una Congresista fuera atacada, el tema habría cobrado más importancia. Pero no.

Algunos de los que se oponen al control de armas creen que el gobierno les quitaría las armas de las manos. Pero tienen que comprender es que un mayor control no implica prohibición y aun sería posible conseguir armas. Sólo que de forma más controlada. Y hay muchísimas razones para hacerlo.

Una excusa común es la de una deficiente cobertura de salud mental que no identifica y trata a sujetos peligrosos es la culpable. Curiosamente, la mayoría de éstos son más cercanos a posiciones Republicanas que Demócratas. Y ellos también se opusieron a Obamacare. Es fácil imaginar qué tendrían que decir sobre impuestos yendo a financiar una cobertura de salud mental universal. Es más fácil armar a todo el mundo, al parecer.

No es que sea la única contradicción de los Republicanos. Se oponen al control sobre las armas, pero insisten en controlar las comunicaciones, qué pueden o no hacer las mujeres con sus cuerpos, con quién se puede casar cada uno o cómo identificar a los inmigrantes en plena calle. Libertad selectiva, según parece.

Resultaría interesante destacar que bastó un solo terrorista suicida con una bomba en los zapatos para que ahora todos sin excepción debamos descalzarnos en los aeropuertos. Sin embargo, da igual cuántos tiroteos o muertes por armas de fuego haya.

Los simpatizantes del NRA citan con frecuencia a Suiza e Israel como países con leyes sobre armas tan permisivas como las americanas pero ambos han endurecido recientemente las condiciones para acceder a las armas. Australia hace décadas que aplicó leyes al respecto y los números hablan por sí solos. En Japón, se ha conseguido reducir el número de muertes por armas de fuego a menos de 20 al año.

El otro ejemplo de un país con leyes tan permisivas como Estados Unidos es Finlandia. Curiosamente, ambos países encabezan el ranking de tiroteos con civiles envueltos.

En cuanto a la Segunda Enmienda, es comprensible que en la América post-independencia fuera necesario crear una milicia. Pero ahora es un anacronismo.

Mi mente europea es incapaz de concebir cómo los ciudadanos del país con el ejército más poderoso del mundo se sienten tan inseguros como para necesitar tener en casa un arma. Por no hablar de los rifles de asalto.

Y en cuanto a delincuentes comunes, si sólo los que deben preservar la ley y el orden -como policías- llevaran armas, no habría necesidad de llevar nada para defenderse.

“Eso no va a parar a alguien que quiera hacer daño” es otra de las excusas del NRA. Y en eso coincido. Ni siquiera las leyes más estrictas detendrán a un lunático, como pasó en Noruega. Pero al menos, la frecuencia y la gravedad de los incidentes sería mucho menor.

Quítale el arma a un lunático y encontrará otra manera de hacerlo. Pero probablemente sea una manera menos letal. Como un cuchillo. Justo el mismo día de la masacre, un loco entró en una escuela en China armado con un enorme cuchillo de carnicero. Hirió a 22 niños, pero ninguno ha muerto.

¿Cuántos muertos más hacen falta para tomar cartas en el asunto? Hoy mismo ha habido otro tiroteo en Colorado con cuatro muertos. Y mientras tanto, las ventas de armas no hacen más que aumentar, como en ocasiones anteriores, con la prensa actuando más como un agitador que como un elemento de razón.


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El derecho a ofender y ser ofendido


Los últimos acontecimientos alrededor de la broma al hospital de Kate Middleton me tienen alucinado. Pero no por la misma razón que al resto del mundo, más bien al contrario.

Para los que han vivido aislados la última semana y no saben de qué hablo: Kate Middleton ingresó en el hospital por una dolencia menor. Dos DJs de una radio australiana decidieron llamar al hospital, imitando la voz de la reina, para intentar hablar con la duquesa. Era todo una broma.

La sorpresa vino porque aunque no consiguieron hablar con Kate Middleton, la enfermera les creyó y les dio un informe de su evolución. La opinión pública se mostró furiosa de cómo se había llevado todo el asunto y a los dos días la enfermera del incidente apareció muerta, aparentemente tras suicidarse.

Esa misma opinión pública, capitaneada por la prensa británica -y no sólo los tabloides- pide ahora la cabeza de los DJs, Scotland Yard quiere interrogarlos y todo el mundo en Inglaterra les culpa de la muerte de la enfermera.

Un montón de mierda.

Para empezar, un suicidio es más complejo que todo eso y sería estúpido culpar a un único acto. Ese acto puede ser el desencadenante, pero sería sólo la punta del iceberg.

Es más, quienes hicieron grande la historia en primera instancia -la opinión pública y la prensa británica- son los que deberían culparse. Ellos son los que crearon la presión sobre la pobre enfermera que simplemente fue la víctima de una broma -que ni siquiera era graciosa, pero tampoco cruel.

Nadie protestó por esto
Tampoco es que eso sea tan raro. Hace unos meses la opinión pública y medios de todo el mundo rieron a carcajadas la metedura de pata de una anciana española al “restaurar” una obra de arte en una iglesia. Incluso Conan O’Brien en Estados Unidos se hizo eco de ello.

La presión sobre la pobre señora fue descomunal, que instantáneamente se convirtió en un fenómeno de Internet. Pero a nadie pareció importarle.

Idealmente, esta broma debería haber hecho sonar las alarmas en el servicio secreto y mejorar la seguridad y los filtros alrededor de la familia real. Y ése debería ser el verdadero debate, cómo dos simples locutores de radio lograron romper el cordón y llegar a un proveedor de información confidencial tan fácilmente.

Sin embargo, la misma opinión pública y medios que montaron la presión social que puede que empujara a la enfermera a suicidarse, esos mismos ahora montan más presión social para que despidan a los dos DJs. ¿Quién será el siguiente?

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La sinrazón de los asentamientos

Me suelo considerar una persona bastante equilibrada y justa. En cuanto al conflicto entre Israel y Palestina, creo que ambos bandos tienen su parte de razón.

Sin embargo con los asentamientos soy estricto: son un obstáculo para la paz o para una posible solución de dos estados -lo que sea que venga antes.

En una ocasión tuve la oportunidad de hablar con una judía americana de Nueva Jersey. Fue una conversación interesante, educada y civilizada con una mujer con amplia formación. Hacia el final, empezamos a hablar de los asentamientos con posturas opuestas.

Cuando a cada cuestión le respondía con argumentos sólidos contra los colonos basados en leyes internacionales o el sentido común, esta mujer educada y con amplia formación no tuvo más remedio que aceptar que tenía razón.

- Pero entonces, ¿por qué Israel sigue construyendo?
- Porque podemos.

Ése “porque podemos” me pilló a pie cambiado. Que viniera de una persona que sabía de lo que hablaba y que, insisto, me había dado la razón me parecía aun más inverosímil.

Pero en realidad eso parece resumir la actual posición israelí en el tema de los asentamientos. Lo hacen porque pueden.

Photo by: pinky_again/flickr
Tienen las espaldas guardadas por Estados Unidos, el único arsenal nuclear de Oriente Medio y la mayor potencia militar regional. 

Y hasta que esto no cambie, no importa cuántas resoluciones tome la ONU. Israel continuará ocupando lo que consideran como su derecho divino.

Algo que, por sí solo, nos daría de sobra para hablar durante horas.

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Cómo conocí Estambul

Cuando supimos que deberíamos coger un autobús de Tesalónica a Estambul (8 horas) al principio palidecimos. Teníamos la experiencia de los trenes griegos –que no son precisamente de primera clase- y nuestra única experiencia autobusera del viaje se limitaba a la odisea de los Balcanes.

Sin embargo al ver el autobús que nos esperaba, sentimos un alivio considerable. Amplio, moderno, con aire acondicionado, televisión individual, un azafato pasando cada poco para darte agua y snacks… Inexplicablemente, sin WC a bordo. Dentro del autobús conocimos a dos primos americanos que estaban de ruta por Europa y a Barney Stinson. O si no era él, su hermano gemelo. Juzgad vosotros mismos aquí y aquí.

Luego en Estambul llegó el caos de tráfico que me acompañaría por todo Oriente Medio. Perdidos en medio de la estación de autobuses (varios kilómetros a las afueras de Estambul), Barney, los americanos, David y yo estábamos más perdidos que Marco en el día de la madre. Todo el mundo al que preguntábamos no hacía sino repetirnos incesantemente “Aksaray, Aksaray!” –otro más a añadir a Alençon, Hollendretch y Doboj.

Al final, cogimos un taxi entre los cinco –los ilusos americanos y Barney pensaban que íbamos a coger dos taxis para los cinco…- hasta el centro de la ciudad. Allí cada cual se separo para ir en diferentes direcciones. Volveríamos a ver a Barney al día siguiente, justo antes de coger un tren a Sofía. Pobre loco, saltarse Estambul para ver esa mierda de ciudad. Tendría alguna búlgara esperándolo.

Sobre Estambul sólo me cabe decir que es realmente impresionante. Hagia Sofía y el Palacio de Topkapi se llevan toda la fama, pero para mi gusto la Mezquita Azul y la cisterna subterránea tienen un toque especial. De nuevo, entrada gratis por ser periodista en todos los sitios. Aunque el tío que daba las entradas del Harén del Topkapi no quería darme la entrada y le costó entrar en razón. Tuve que discutir con él durante más de cinco minutos, ensenarle mis credenciales como periodista –incluyendo el pasaporte de prensa, que viene explicado en varios idiomas incluyendo el turco- para que al final no me diera la entrada, sino que literalmente me la tirara con mala cara, algún insulto en turco de por medio y un gesto a medio camino entre el desdén, el asco y el típico que te jodan con un dedo en alto.

El segundo día fue más relajado. Aprovechamos para comprar regalos para los de casa (entre David y yo agotamos todas las existencias de una tienda en concreto) y mandar un paquete por correo postal con todo el peso extra que llevábamos encima acumulado. Una puesta de sol desde el puente Gálata me hizo estar durante una hora entre Asia y Europa –aunque no fuera entre una asiática y una europea y ser entrevistado por unos estudiantes de periodismo y ciencias políticas completó el tour de Estambul.

Tocaba despedirse de Estambul y de David. Mientras que él volvía yo me quedaba y aun tenía por delante un mes de viaje. Y lo más excitante estaba por llegar. De hecho, llegaba ya. Era al día siguiente.

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