Belleza pasada por absenta

Fiesta. Necesitábamos fiesta en vena por cojones y de algún sitio habría que sacarla. De Praga me habían hablado Marcin y Kasia de lo bonita que era. También había oído de lo buenas que estaban las checas. Bueno, menos es nada. Al menos nos alegraríamos la vista.

Llegamos al hostal y como de costumbre nos tocó esperar. Mierda. Empezamos bien. Sin embargo todo comenzó a ir mejor de inmediato. David llamó al tío del hostal y apareció a los dos minutos y en menos de una hora estábamos instalados, duchados y preparados para salir. Salimos del piso, nos metemos al ascensor claustrofóbico y a mitad de camino, abro la puerta accidentalmente y se para. Mierda. Sólo veíamos un muro de hormigón. Menos mal que al volver a cerrar la puerta el bicho siguió bajando.

Como digo íbamos con la necesidad de fiesta acuciante del déficit esperado en Ámsterdam (por culpa del hostal) y Berlín (por culpa de no mirar la guía y ver sitios para salir). Así que fuimos a lo fácil: pub crawl. Una veintena de internacionales borrachos (la palma se la llevaba una chica irlandesa de Cork) de los que con los que más conversación entablamos fueron unos americano-irlandeses (yo) y un par de suecas (David; la conexión que entablaron es cosa suya de explicar...)

Conclusión: mi segundo día en Praga fue una caminata (como de costumbre) sudando alcohol y resaca por doquier. Mientras la noche anterior David se tiraba a los brazos de Cupido (fallando por poco) yo me lancé a los de Baco (metiéndome de lleno en la barrica de vino, o más concretamente absenta y vodka) y los resultados fueron desastrosos. Menos mal que la comida (carne cruda con especias, especialidad checa) me revivió algo y lo relajado de la tarde y del día ayudó a pasar la resaca. Pero vaya resacón.

Aun así Praga resultó lo bonita que predijeron Kasia y Marcin. Lo es; la ciudad ideal para llevar a mi novia justo antes de que me vaya a Ámsterdam.

Tras Praga tocaba día de transición –uno de muchos- en Viena camino de Budapest. Menos mal. Entre la lluvia que caía, el trancazo que me había pillado y que Viena nos pareció una mierda –además de que España perdió su primer partido del mundial- lo único bueno fue la comida tradicional que me metí al cuerpo.

Budapest, al día siguiente, fue todo lo contrario. El hostal, para empezar, genial. Un apartamento abuhardillado enfrente de la basílica de San Esteban, en pleno centro. El paseo de noche, con la orilla de Buda iluminada y viéndolo desde Pest inmejorable. O eso creíamos hasta que empezaron a tirar fuegos artificiales. Un gran recibimiento.

En resumen, otra ciudad preciosa. Perfecta para llevar a mi novia después de volver de Ámsterdam.

Camino a los Balcanes.

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Nos dejan a medias

Tras la decepción de París llegaban dos de los platos fuertes del viaje: Ámsterdam y Berlín. Previamente, acordamos una parada técnica en Bruselas, donde me reuniría con David, mi amigo de Dublín que se encuentra trabajando allí para la Comisión Europea. Cabrón. Ya quisiera yo.

El encuentro en sí fue gratificante. Volver a ver a viejos amigos (aunque sólo hiciera dos semanas que no nos viéramos, otras veces ha pasado más tiempo) siempre reconforta. Un par de fotos con el Atomium para recuperar oxígeno, una vuelta por Bruselas –grata sorpresa-, una compra de chocolate belga y un dedal para mi madre (los colecciona) y al tren.

Ámsterdam es una ciudad de esas que te enganchan desde el principio. Y eso que no la cogimos con buen pie. Ya desde antes de llegar prometía mucho. Varios de mis amigos vivieron allí -Franzi, Isa; entre otros- y no me habían comentado más que bondades. Las expectativas estaban altas. Muy altas.

Sin embargo en Ámsterdam cometimos la primera gran cagada del viaje. El hostal de Cherburgo fue una cagada mínima comparada con la de Ámsterdam. David, al parecer no vio por ninguna parte que el hostal era en realidad un camping de caravanas. Nada malo de no ser por su ubicación: en Hollendretch, a varios kilómetros FUERA de Ámsterdam. Hollendretch, junto con Alençon (el pueblo que no hacíamos más que encontrar en los carteles camino a Le Mans cuando nos perdimos en Francia) han quedado como los símbolos de la desventura de este viaje.

Debido a eso no pudimos disfrutar todo lo bien que hubiéramos querido de la ciudad. Tener que depender de buses y trenes a casa (sic) es un auténtico coñazo. Y pese a todo, la ciudad en sí nos encantó.

Ahora bien, lo cierto es que para la próxima vez que vaya tengo que ir sin novia. Tras que voy a estar dos meses (o algo más) sin ella, todas esas mujeres amsterdamitas de los escaparates se convirtieron en un suplicio improvisado. O vuelvo soltero –nada más me deje después de leer esto- o para mi despedida de soltero.

Con las ganas de volver a Ámsterdam y la sensación de no haber exprimido la ciudad todo lo que deberíamos volvimos a subirnos al tren. Tocaba Berlín. La capital germana ha sido siempre un buen anfitrión para mí. Sólo que nunca me acuerdo de las primeras noches (las que se sale) así que no sé muy bien moverme para salir.

Las postales salieron al ritmo habitual. Recorriendo a pie toda la ciudad, no nos dejamos nada de lo importante. Incluidas las fotos de rigor en el museo del Holocausto. Pero a la hora de salir no pudo ser peor. Ni encontramos sitios buenos –rectifico; los encontramos pero no con música electrónica de la que le gusta a David- ni conseguimos divertirnos ninguna de las dos noches. Al menos el hostal era cojonudo.

Y así con ganas de fiesta nos encaminamos a Praga.

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Liberando Francia -y encontrando al enemigo

Aquí estamos. Como locos en un ciber café de París buscando alojamiento para nuestra próxima parada. De momento todo ha ido bastante bien –salvo por Francia. Los primeros días en Londres fueron impresionantes. Estuvimos con una chica húngara de Couchsurfing, que vive con otras siete chicas en un mismo piso. Lamentablemente no pudimos pasar mucho tiempo en la casa. Una pena.

Por el contrario, de momento la norma ha sido caminar. Andar, andar y más andadura. Visitamos las postales típicas de Londres en un solo día. Y afortunadamente, esta vez no hubo grandes entradas al estilo de otras ocasiones. Como cuando me rompí un codo y me disloque la rodilla en Gatwick o cuando fui a ver a un amigo a Londres cuando él estaba en Madrid –y el amigo común que tenemos en Madrid estaba en Dublín. Al contrario; ha sido genial. Ajetreado, pero genial.

Tras Londres, vinieron Portsmouth y Normandía. Especialmente esta última fue una experiencia brutal. Con un coche alquilado nos dedicamos a recorrer los sitios del Día-D. Dado que era la fecha del desembarco, había veteranos de la Segunda Guerra Mundial por todas partes. Un par de fotos con dos de ellos prueba que los héroes no entienden de tamaño. Para decirlo claramente: uno de ellos era aun más tapón que yo.

Y si Normandía fue excitante, el viaje hasta Le Mans lo fue aun más. De noche, perdidos y sin gasolina, aun no sabemos muy bien cómo conseguimos llegar y entregar el coche. Hasta el último momento –cuando entregamos las llaves- no supimos si nos llegaría la gasolina o no. Al menos conseguimos encontrar el circuito y correr por él. El pequeño Chevvy (un Chevrolet Matiz) alquilado se portó bien. Menos mal que no era un coche francés…

Y es que desde que pisamos el suelo gabacho nos dimos cuenta de que era nuestro enemigo –junto con la ropa interior que no se seca. Nada mas desembarcar en Cherburgo, la policía nos detuvo intentando encontrar la salida de la terminal de ferries. Tras librarnos de ellos, tocó subir andando dos horas con la mochila (12kg.) hasta el hostal; para encontrarlo cerrado. No era nuestro día. Pero al día siguiente, además, tuvimos la peor noche del viaje. Nota mental: dormir en el coche en un parking de una fábrica no es la mejor idea.

París alegró un poco esa imagen gris de Francia, pero ni con esas. La torre Eiffel decepciona de lejos, impresiona desde la base y quita el aliento desde arriba. Los jardines de las Tullerías son un soplo de aire fresco. Y entrar gratis al Louvre por ser periodista te anima el día. Pero ni con todo eso, ni con la amabilidad de nuestra couchsurfer (Cynthia) fue suficiente como para quitarnos la imagen de una Francia hostil y un París triste y gris.

Y ahora, Ámsterdam.

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El comienzo

Allá vamos. Este blog comienza justo con el principio de mi viaje. De momento, es lo único que me puedo permitir mantener bajo control absoluto. Durante las siguientes ocho semanas, estaré saltando entre autobuses, trenes, barcos, algún avión y muchos, muchos controles de pasaporte. Y durmiendo en hostales de mala muerte o generosos sofás en el mejor de los casos.

Pero que nadie se lleve a engaño. Adoro eso. La vida alocada que otros -incluyendo mi madre- ven con horror y pavor yo la encuentro hecha a mi medida. Un trabajo de nueve a cinco y una vida normal sólo me hace pensar continuamente en cuándo será el próximo viaje.

Sin embargo, pese a ello, los nervios siguen estando ahí. Y en ese punto es donde me encuentro ahora mismo. Decidiendo qué llevar, qué dejar; con las preparaciones de última hora, comprobando la hora de reunión en el aeropuerto, y ese tipo de cosas. Los dos últimos meses han sido de despedidas -en Dublín y en Vitoria- y preparativos. El último, un corte de pelo horrible; espero que me vuelva a crecer rápido. Y aunque llevo esperando este momento meses, aún me siento nervioso.

Desde mañana, empieza la aventura. Bueno, no tanto al principio. Londres no es tan peligroso como algunos se empeñan en creer. El mayor cambio será, no obstante, que mi acceso a Internet se verá mermado. Algunos de mis amigos pensarán que estoy muerto de no actualizar mi página de Facebook. Otros se alegrarán de que no les mande solicitudes chorras.

Respecto a este blog, la idea es actualizarlo cada semana a ser posible. O a post por país visitado. La realidad y Murphy se encargarán de que ese buen propósito no llegue a buen puerto, pero lo intentaré lo mejor que pueda.

Hasta entonces, es tiempo para mí para hacer el último chequeo e irme a dormir. Mañana Londres espera.

Con el permiso de Eyjafjallajökull, claro está.

(Pronto habrá fotos)

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