Entrada al Olimpo
Tras la odisea balcánica, nos merecíamos algo como lo de Grecia. Ya desde el comienzo la cosa prometía. Cuando te metes en un tren lleno de jóvenes que vuelven de un concierto de rock y con ganas de liarla, el asunto no puede sino ir a mejor.
Curiosamente nos tocó –o eso creíamos- en un compartimento con los dos más tranquilos. Un chico y una chica que al principio creímos que eran pareja aunque luego se vio claramente que no. El caso es que hubo un momento de tensión cuando el tren se paró por 20 minutos en la frontera greco-búlgara. Ni pasaportes ni mierdas, la explicación era mucho más sencilla: huelga.
Grecia sufre una de las peores crisis económicas a nivel mundial y el gobierno ha optado por rebajar el salario a todo el mundo, empezando por los funcionarios de abajo. Obviamente eso no ha gustado mucho y las huelgas se suceden cada día. Esta vez le tocaba a los ferrocarriles. O quizás eran todos, pero al menos los de los trenes la hicieron.
La conexión entre los dos griegos de nuestro compartimento y nosotros se empezó a fraguar cuando nos preguntaron si podíamos cerrar la cortina, apagar la luz, abrir la ventana y encendernos un cigarro. Por supuesto a David y a mí no nos importó que fumaran como tampoco, parece, a los revisores que pasaban cada poco por allá. “Welcome to Greece”, como dijo Giannis.
En esas estábamos, compartiendo confesiones y un par de cervezas en la oscuridad de nuestro compartimento, cuando el tren se detiene de nuevo. Y esta vez para bien. Justo al lado de un bar. Maquinistas y revisores fueron los primeros en bajarse del tren, e inmediatamente después todo el mundo les siguió. Una hora y media estuvimos bebiendo retsina –una especie de kalimotxo descafeinado- invitados por los griegos. Parecíamos héroes siendo bienvenidos al Olimpo, con vino y… bueno, mujeres no.
Tras eso tocaba volver al tren. En Tesalónica la horda rockera se despidió del resto y nosotros, tras un cambio de vagón al que realmente debía haber sido nuestro vagón desde el principio –gracias a equivocarnos, pudimos conocer a los griegos- llegamos plácidamente dormidos a la capital griega, por fin, con un sol radiante y ni rastro de lluvia.
Atenas esperaba.
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