La Odisea

Ulises en su vuelta a casa sufrió las iras de Poseidón en el mar. Nosotros las sufrimos en tierra.

Desde el comienzo de nuestro viaje la lluvia había sido una amenaza constante. En Londres nos respetó. En París y hasta Praga nos amenazó. En Viena nos descargó con furia –y me regaló un resfriado. En Budapest nos mantuvo encerrados buena parte del tiempo. Y en los Balcanes… Lloviznas intermitentes habían sido la constante en Sarajevo. Sin embargo, el resto del país parecía estar sufriendo un diluvio universal. Con la pobre infraestructura local, era de presagiar el desastre.

Montamos en un tren que debía durar ocho horas y llevarnos hasta Belgrado. La idea era llegar a Belgrado justo a tiempo para poder ver un poco la ciudad y montar en otro tren camino de Sofía. Y el caso es que todo iba bastante bien. Salimos sin retraso, íbamos a buen ritmo y parecía que las lluvias nos perdonaban la vida de momento.

Y tras cuatro horas así llegamos a Doboj –pueblo a añadir a Alençon y Hollendretch. De repente se para el tren y todo el mundo es obligado a bajar. Tras los primeros momentos de incertidumbre, me decido a preguntar al revisor. No habla inglés –cojonudo. Menos mal que una serbio-canadiense que andaba por allí me traduce: la vía está cortada por una inundación y tenemos que esperar en la estación a un autobús, ir en él hasta otro tren y seguir hasta Belgrado. Aprovechando que ya sabía por dónde me daba el aire, el revisor me cogió por banda y me hizo ir explicando uno por uno a todos los guiris qué pasaba. Relaciones públicas, así por la cara.

Resignados –y hambrientos- bajamos y nos dedicamos a esperar en la estación. Es curioso lo que estas experiencias hacen que la gente se acerque. David y yo apenas habíamos contactado con gente de fuera de nuestro minúsculo grupo hasta entonces salvo en Praga, y allí en Doboj entablamos conversación con una pareja inglesa, dos chicas francesas, dos serbio-canadienses y varios serbio-bosnios con los que no teníamos ni idea de cómo comunicarnos.

Cinco horas más tarde el autobús por fin apareció. El cielo literalmente se abrió para todos los que estábamos allí esperando. Pero era una ilusión. Nuestras penurias no habían hecho más que empezar. La causa de nuestro retraso –las inundaciones- habían convertido la carretera en un rio y nuestro autobús tardó más de dos horas y media en cruzar un espacio de apenas dos kilómetros. Eso sí, una vez cruzado el charco, todo fue bastante más rodado –incluyendo los puestos fronterizos.

Un nuevo cielo abierto se apareció cuando, cinco horas más tarde, por fin vimos nuestro tren a Belgrado esperando en otra estación perdida de la mano de dios. Primero porque por fin era un tren, y segundo –para David y para mí- porque por fin íbamos a comer algo. Ni nos ocupamos de buscar sitio: primera parada: la cafetería. Tres horas de tren que se pasaron bastante rápido en comparación con lo anterior.

Finalmente llegamos a Belgrado en plena noche. Claro, a esas horas, nuestro tren a Sofía por muy nocturno que era ya había desaparecido. Y no merecía la pena buscar un hostal para cinco horas –que es lo que tardaba en salir el siguiente tren. Así que nos tocó dormir en la estación de Belgrado, la misma que nuestra guía desaconsejaba por la gran presencia de vagabundos y amigos de lo ajeno. David pudo dormir algo; yo me dediqué a pasear y perder el tiempo.

Con mucho sueño y poca comida en estomago embarcamos por fin en el tren a Sofía. Ocho horas de tren que al menos sirvieron para dormir algo. Y así, tras 32 horas de viaje, llegamos a Sofía. Y cuál es nuestro premio por tan agotador viaje: una mierda de ciudad. Vale, sí; las búlgaras muy bien, nuestra couchsurfer genial. Pero de verdad, Sofía es una mierda de ciudad. Peor que Vitoria.

No me extraña que cogiéramos el primer tren a Atenas sin esperar al tren nocturno.

  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • Twitter
  • RSS

0 Response to "La Odisea"