El derecho a ofender y ser ofendido


Los últimos acontecimientos alrededor de la broma al hospital de Kate Middleton me tienen alucinado. Pero no por la misma razón que al resto del mundo, más bien al contrario.

Para los que han vivido aislados la última semana y no saben de qué hablo: Kate Middleton ingresó en el hospital por una dolencia menor. Dos DJs de una radio australiana decidieron llamar al hospital, imitando la voz de la reina, para intentar hablar con la duquesa. Era todo una broma.

La sorpresa vino porque aunque no consiguieron hablar con Kate Middleton, la enfermera les creyó y les dio un informe de su evolución. La opinión pública se mostró furiosa de cómo se había llevado todo el asunto y a los dos días la enfermera del incidente apareció muerta, aparentemente tras suicidarse.

Esa misma opinión pública, capitaneada por la prensa británica -y no sólo los tabloides- pide ahora la cabeza de los DJs, Scotland Yard quiere interrogarlos y todo el mundo en Inglaterra les culpa de la muerte de la enfermera.

Un montón de mierda.

Para empezar, un suicidio es más complejo que todo eso y sería estúpido culpar a un único acto. Ese acto puede ser el desencadenante, pero sería sólo la punta del iceberg.

Es más, quienes hicieron grande la historia en primera instancia -la opinión pública y la prensa británica- son los que deberían culparse. Ellos son los que crearon la presión sobre la pobre enfermera que simplemente fue la víctima de una broma -que ni siquiera era graciosa, pero tampoco cruel.

Nadie protestó por esto
Tampoco es que eso sea tan raro. Hace unos meses la opinión pública y medios de todo el mundo rieron a carcajadas la metedura de pata de una anciana española al “restaurar” una obra de arte en una iglesia. Incluso Conan O’Brien en Estados Unidos se hizo eco de ello.

La presión sobre la pobre señora fue descomunal, que instantáneamente se convirtió en un fenómeno de Internet. Pero a nadie pareció importarle.

Idealmente, esta broma debería haber hecho sonar las alarmas en el servicio secreto y mejorar la seguridad y los filtros alrededor de la familia real. Y ése debería ser el verdadero debate, cómo dos simples locutores de radio lograron romper el cordón y llegar a un proveedor de información confidencial tan fácilmente.

Sin embargo, la misma opinión pública y medios que montaron la presión social que puede que empujara a la enfermera a suicidarse, esos mismos ahora montan más presión social para que despidan a los dos DJs. ¿Quién será el siguiente?

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